Las mujeres pelean en
todo lugar y con toda arma posible por el derecho a la igualdad, a la
seguridad, y por unas condiciones de vida mejores. Juntas entonan un "Ya
basta" global. He aquí siete historias testimonio
En una habitación
rigurosamente desnuda del remoto y montañoso Pakistán, las mujeres desafían las
costumbres locales y se reúnen con regularidad para solucionar los casos de
violencia doméstica y las disputas legales. A un hemisferio de allí, cuatro
mujeres, ataviadas con llamativos trajes de vaquero, cantan canciones de
cabaret que tratan del feminicidio incontrolado
en el norte de México. En Nueva York, Londres y Berlín, cientos de miles de
mujeres toman las calles para protestar por sus derechos, y en un mísero
suburbio del norte de India, chicas vestidas de rojo persiguen a sus agresores
y se protegen mutuamente.
En muchos lugares del
mundo, las mujeres han logrado grandes avances en su lucha por la igualdad. En
el último medio siglo, 59 países han tenido líderes mujeres. Según Naciones
Unidas, en 2014, también 59 países habían adoptado legislaciones que
establecían la igualdad salarial para el mismo empleo, 125 habían aprobado
leyes que prohibían el acoso sexual en el lugar de trabajo, y 128 tenían leyes
que garantizaban la igualdad de las casadas en lo referente a la propiedad.
Aún así, todavía queda
mucho por hacer. En el mundo, la violencia de género afecta al menos a un
tercio de la población femenina. En México, por ejemplo, cada día seis mujeres
son asesinadas, según datos del Observatorio Ciudadano
Nacional del Feminicidio. Casi 300.000 niñas y mujeres mueren por
complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto, y alrededor de dos
tercios de los más de 750 millones de adultos analfabetos que hay en el mundo
son mujeres, informa la ONU.
Pese a los avances, en
2016, menos de una cuarta parte de los legisladores del mundo eran mujeres.
Peor aún, en algunos casos los derechos están retrocediendo, como en las zonas
controladas por el Estado Islámico, en las que las mujeres suelen ser tratadas
como una propiedad, o aún peor. Mientras tanto, en algunos lugares de Estados
Unidos, el acceso al aborto seguro y legal vuelve a estar amenazado. La “ley
mordaza global” del recién elegido presidente estadounidense Donald Trump, que
bloquea la financiación a las organizaciones que asesoran sobre la interrupción
del embarazo y proporcionan asistencia, tendrá repercusiones de primer orden
sobre las mujeres que quieran acceder a los servicios de salud reproductiva.
Aunque sean un mundo
aparte geográfica y culturalmente, las mujeres que luchan de muchas maneras,
grandes y pequeñas, por el derecho a la seguridad, la igualdad y unas
condiciones de vida mejores, forman parte de un mismo movimiento mundial no
oficial que está tomando impulso. Juntas, estas mujeres están diciendo: “ya
basta”.
He aquí siete historias
testimonio:
- En Afganistán, las chicas se
conectan a Internet
- Poner freno al acoso sexual en
Egipto
- Autodefensa y microfinanciación
en los suburbios de India
- Combatir la violencia sexual en
Sudáfrica
- Las mujeres desafían las
tradiciones locales en el valle del Swat, en Pakistán
- Las reinas del macabro cabaret
de México
- Donde las mujeres reinan en un pedazo de tierra de Kenia
1)
AFGANISTÁN
En Afganistán, las
chicas se conectan a Internet
Por: Jennifer Collins (Kabul) y Storay Karimi (Herat)
Grupos de
adolescentes se apiñan en torno a los ordenadores en un aula luminosa y azul.
Algunas teclean furiosamente; otras navegan por blogs que muestran las últimas
tendencias de moda. Fuera, la gente se dedica a sus tareas cotidianas en la
bulliciosa ciudad de Herat, en Afganistán, con su antigua fortaleza y su
hermosa mezquita cubierta de azulejos.
Hace unos
meses, estas mismas adolescentes no sabían encender un ordenador.
Actualmente,
las chicas del instituto Goharshad Begum, en la tercera ciudad más grande de
Afganistán, publican en Facebook y en Twitter, actualizan sus blogs y programan
con facilidad gracias a los proyectos de formación en informática puestos en
marcha en 2012 por el Fondo Ciudadano Digital (DCF, por sus siglas en inglés), una iniciativa de las emprendedoras
y hermanas afganas Roya y Elaha Mahboob, junto con el empresario
italiano Fancesco Rulli.
Elaha Mahboob es una de las cofundadoras del Fondo Ciudadanos
Digital para formar a chicas en el uso de las nuevas tecnologías de la
información. JENNIFER COLLINS
“Hemos
aprendido programas de vídeo, Gmail, Twitter y Viber”, cuenta Hilali, de 16
años, mientras trabaja con su ordenador en el atestado laboratorio de
informática del instituto. “Así hemos desarrollado nuestro conocimiento y
nuestra comprensión de la tecnología”.
En Afganistán,
los derechos de las mujeres han avanzado. Las calles de Kabul, la capital del
país, son testimonio del cambio. Algunas siguen cubriéndose de pies a cabeza
con el tradicional chador de color azul claro, pero muchísimas otras llevan
vaqueros ajustados combinados con camisas largas, chaquetas de cuero y zapatos
con los dedos al aire mientras sujetan sus bolsos camino del trabajo, el
colegio o la facultad.
No obstante, en
este país, gobernado en el pasado por los talibanes, muchos siguen pensando que
el sitio de la mujer está en la casa, y no Internet. Las hermanas Roya y Elaha
Mahboob querían cambiar la situación y dar oportunidades a las mujeres en el
sector de la tecnología, equipando las escuelas para chicas con ordenadores y
otros dispositivos, y enseñándoles a usarlos.
“Este es el
sector más importante en estos momentos”, explica Elaha Mahboob sentada en un
espacioso despacho lleno de luz en Kabul, y siempre con un ojo puesto en su
móvil, que no deja de tintinear. “Queremos empoderar a las mujeres mediante las
tecnologías de la información porque les van a ser muy útiles para ellas mismas
y para su futuro”.
Hasta ahora,
esta organización sin ánimo de lucro ha creado 13 centros informáticos y de
programación en Herat y Kabul, lo cual ha dado acceso a Internet a 55.000
alumnas en un país en el que las tasas de alfabetización femenina adulta rondan
el 18% y en el que las mujeres sufren acoso verbal en los cibercafés. En los
próximos dos años, el DCF proyecta formar a más de 5.000 estudiantes en
alfabetización y programación financiera y digital.
La iniciativa
está teniendo repercusiones en más de un sentido. “Les gusta mucho porque
pueden conectarse, hablar con sus amigos, compartir sus blogs y sus ideas”,
dice Mahboob. “Después de la formación que les damos, vemos un cambio en su
manera de pensar y en su interés por los ordenadores. Algunas incluso deciden
estudiar informática. Se conectan más a otros mundos”.
La propia Elaha
Mahboob y su hermana son producto de este mundo más interconectado. Su familia
huyó a Irán durante la ocupación soviética de Afganistán y se quedaron en el
país hasta 2003, dos años después de la caída del régimen talibán. Ambas, que
ya tienen más de 20 años, estudiaron informática en la Universidad de Herat y
fundaron la consultoría Afghan Citadel Software, dedicada a las tecnologías de
la información, que desafía las normas sociales al emplear sobre todo a
mujeres. Entre sus clientes están la OTAN y muchos ministerios del Gobierno
afgano.
Aun así,
Mahboob y las personas que trabajan en el programa se han encontrado con una
reacción de rechazo. Las llamadas telefónicas y los correos electrónicos
amenazadores llevaron a una de las profesoras a dejar los cursos de
informática. Pero el DCF se niega a abandonar. Por el contrario, están
intentando combatir el miedo de algunos padres y líderes locales a introducir a
las mujeres en el mundo de los ordenadores. “Hablamos con ellos para
convencerles de que esto no es nada malo, que solo lo hacemos para ayudar a sus
hijas, para aumentar sus conocimientos. Y les decimos que también podría ser
una ayuda financiera”, explica Mahboob. Al parecer, este enfoque funciona.
“Ahora, la mayoría de ellos confían en nosotras... y en sus hijas”.
2) EGIPTO
Por: Louise Osborne (El Cairo)
Una red de voluntarios
informa y conciencia contra el acoso sexual que sufren las mujeres en Egipto. HARRASMAP
Una tarde,
Amany Mohamed, de 25 años, salió de una estación de metro del centro de El
Cairo en la que, momentos antes, se había encontrado inesperadamente con un
desagradable toqueteo que, según cuenta, fue humillante para ella. “Me tocaba
pegándose a mí o de pasada”, explica la joven en una animada calle de la
capital. “Yo lo maldecía y me sentía asqueada del país y del mundo”.
“Normalmente,
el acoso sexual consiste en que te silben y te hablen”, dice. “Pero ahora las
cosas están peor. En Egipto, en todas partes, los hombres miran tu cuerpo. Y no
me queda más remedio que intentar taparme algunas zonas”. Que las piropeen, les
silben y les metan mano es algo que, en
Egipto, forma parte de la vida cotidianas de las mujeres en los autobuses, las
tiendas, los centros de enseñanza y las calles.
Actualmente, la
iniciativa Harassmap está intentado hacer algo al respecto. A
través de la investigación, la divulgación y la comunicación, el grupo se
propone que el acoso sexual deje de ser aceptable en un país en el que el
fenómeno está muy extendido. Para lograrlo, trabajan en la creación de una
nueva norma social contraria al acoso.
Un informe de 2013, publicado por ONU Mujeres, reveló que el 99,3% de las mujeres que
respondieron a una encuesta realizada en Egipto habían sufrido acoso, incluidas
todas sus modalidades, desde las bromas insinuantes, llamadas de teléfono no
deseadas, hasta la violación.
El 99,3% de las egipcias
asegura haber sufrido algún tipo de acoso, desde comentarios obscenos por la calle
hasta violaciones
“A la gente ni
siquiera se le ocurre que esté mal hacerlo, o que sea un delito, o que vaya a
tener repercusiones”, constata Rebecca Chiao, cofundadora de Harassmap. “Hay
personas muy agresivas que lo hacen a propósito, pero también hay otras que,
sencillamente, van haciendo su vida normal y tienen la costumbre de meterse con
cualquier chica que pasa”.
Harassmap
documenta los casos de agresión sexual mediante una herramienta cartográfica
pública accesible por Internet y a través de mensajes desde el móvil. Asimismo,
llega a la comunidad gracias a una red de cientos de voluntarias que trabajan
para convencer a los habitantes de los barrios y a las universidades del país
para que estén alerta ante posibles casos de acoso sexual, e intervengan si es
necesario.
Chiao cuenta
que la organización tiene su origen en décadas de agresiones que causaron mucho
sufrimiento a sus antiguas compañeras. Pensó que tenía que hacer algo al
respecto. Por eso dedicó los dos años siguientes a investigar sobre el tema y
finalmente creó un programa que, en 2010, se convirtió en Harassmap.
Hace casi
cuatro años, el entonces presidente provisional de Egipto, Adly Mansour,
promulgó un decreto que criminalizaba el acoso sexual e imponía penas de cárcel
y multas (o ambas) a los agresores. Después, el presidente Abdel Fatah instó a
crear un comité para abordar el asunto. Desde entonces, algunos acusados de
cometer delitos sexuales han sido condenados a prisión, pero, dada la
proliferación de obstáculos, sigue sin estar claro hasta qué punto la ley se ha
aplicado y ha sido eficaz.
"Por
supuesto, la policía no se toma en serio esta clase de delitos", denuncia
Helen Rizzo, catedrática asociada de Sociología de la Universidad
Estadounidense de El Cairo. "A menudo, ellos mismos son los
acosadores".
Al menos, en
Harassmap están viendo los frutos de su esfuerzo, aunque no hay datos concretos
que indiquen hasta qué punto es eficaz en la prevención. Al grupo le han
llegado noticias ocasionales de que la población vigila y se rebela contra las
agresiones en aquellos barrios en los que se ha puesto en marcha su iniciativa
para llegar a toda la comunidad, llamada Áreas seguras.
"Si piensas en la totalidad del problema, este proyecto es muy pequeño,
pero tenemos la esperanza de que si logramos extender nuestras áreas seguras,
como lo estamos haciendo, a lo mejor, como mínimo, podemos hacer una pequeña
contribución", concluye Chiao.
3) INDIA
Chicas
de la Brigada Roja contra abusos sexuales en India.
Por: Mandakini Gahlot (Lucknow)
Ocho jóvenes
vestidas con túnicas rojas y pañuelos negros caminan decididas por un estrecho
callejón del suburbio de Madiyav, en el norte de India. Los chicos se apartan
veloces de su camino, evitando mirarlas a los ojos.
Las muchachas
llegan a una casa que hay en la esquina del callejón. Dos de ellas entran y
aparecen con un chaval desaliñado. La adolescente Preeti Verma le rodea el
cuello con la mano y lo empuja hacia las otras chicas para hacer justicia. El
chico se ha dedicado a acechar a una de las jóvenes de Madiyav.
"Se lo
advertimos dos veces. Incluso nos quejamos a sus padres, pero él no paró",
explica Usha Vishvakarma, líder del grupo. Cuando levantan al joven en volandas
y empiezan a golpearlo con los puños y los zapatos, los vecinos miran. El miedo
se refleja en las caras de los espectadores varones, pero las chicas que hay
entre la multitud observan con regocijo. "Parad, por favor. Prometo que no
volveré a hacerlo", suplica él.
Un
grupo de jóvenes aprende defensa personal. BRIGADA ROJA
El suburbio de
Madiyav está en las afueras de la ciudad de Lucknow. Es un denso asentamiento
con calles estrechas flanqueadas a ambos lados por regueros de aguas
residuales. No parece un lugar en el que puede haber arraigado una revolución,
y mucho menos una liderada por chicas. En todo el mundo, la violencia de género
afecta al menos al 30% de las mujeres, pero estas jóvenes forman parte de un
movimiento más amplio que dice: "Ya basta". Ahora, ellas caminan con
paso firme por los estrechos callejones, infundiendo temor en los corazones de
los hombres.
Las cosas no
siempre fueron así. Hace pocos años, el suburbio de Madiyav era un lugar
especialmente peligroso para las mujeres. A menudo las acosaban y las agredían,
y cada semana se informaba de alguna violación. La mayoría de las víctimas no
tenían ningún sitio al que recurrir.
"Antes, si
una chica denunciaba que un hombre se había sobrepasado, le echaban la culpa a
ella, por salir de casa. Se había expuesto a que le pasase", recuerda
Afreen Jan, una de las primeras en unirse al grupo. "Cuando era pequeña,
iba a clases particulares y un profesor me agredió y me tocó indecentemente.
Más adelante, mi hermanastro me violó", relata. Le daba mucho miedo
contárselo a su familia porque sabía que, para protegerla, sus padres la
encerrarían en casa y no dejarían que fuese al colegio.
A juicio de
Vishwakarma, esta cultura del silencio y de la culpabilización de la víctima
era incluso más insidiosa que los ataques sexuales. Ella misma había padecido
repetidamente la violencia sexual siendo niña, y decidió tomar cartas en el
asunto. En 2011, organizó la Brigada Roja, un singular grupo de vigilancia que ha crecido a medida que el problema
de los delitos sexuales ha adquirido más visibilidad en el país.
"Si un
chico molesta a una chica o se mete con ella, primero hablamos con él y le
preguntamos por qué se porta así. El segundo paso consiste en quejarnos a sus
padres si sabemos dónde vive. También ponemos inmediatamente una denuncia a la
policía, de manera que no puedan acusar al grupo de violencia", explica
Vishwakarma. "Si el chico no deja de acosar a la chica, nuestro último
paso consiste en juntarnos todas y humillarlo públicamente. Hay varias maneras
de hacerlo; peleamos con él o le pegamos".
Puede que a
muchas personas estos métodos les parezcan extremos, pero han demostrado su
eficacia. La policía local no puede proporcionar datos exactos de la
disminución de las agresiones sexuales en Madiyav, pero calcula un descenso de
casi el 50% desde que el grupo se formó en 2011.
Al principio, a
Vishwakarma le costó mucho oponerse a las ideas tradicionales que predominaban
en el suburbio. "La postura tradicional es que las chicas tienen que
quedarse en casa y cumplir las normas. Y cuando salimos para ir a trabajar o
cualquier otra cosa, lanzan toda clase de acusaciones contra nosotras. Me
llamaban prostituta. La gente piensa que las mujeres no podemos trabajar fuera
del hogar, que somos muy débiles".
Las cosas
cambiaron en diciembre de 2012, cuando una estudiante llamada Jyoti Singh
fue violada y asesinada a 500 kilómetros de Nueva
Dheli. El suceso conmocionó al país y también cambió las actitudes en el
suburbio de Madiyav. Los padres se dieron cuenta de que era importante
empoderar a sus hijas. Al poco tiempo, la Brigada Roja había reclutado más de
100 miembros. Se reúnen casi a diario para aprender defensa personal, y, a
menudo, llevan a cabo protestas en Lucknow en solidaridad con las víctimas de
violaciones.
"Ahora,
los mismos que antes me acosaban, cuando me ven cruzan las manos y me
saludan", explica Vishwakarma. "Así que ha habido un gran cambio. Hoy
en día, la gente de aquí nos respeta". Desde que empezó sus actividades,
la Brigada Roja ha entrenado a 35.000 mujeres en técnicas de defensa personal
y, según Usha, su objetivo es entrenar al menos a un millón en los próximos
años. El año pasado, el grupo se extendió a Benarés, otra ciudad del Estado de
Uttar Pradesh, y también ha puesto en marcha un proyecto de microfinanciación
llamado Banco de las Mujeres.
Sin embargo,
todavía se encuentran con la oposición de muchos vecinos, que siguen pensando
que el sitio de una chica es su casa. Habitantes del suburbio como Aanchal
Shukla, madre de tres hijas, tienen sentimientos encontrados sobre si dejarlas
salir al mundo. "Sí, las apoyaremos, pero no para que salgan de casa.
Dentro de ella, pueden hacer lo que quieran", puntualiza. "Mi marido
no quiere que las chicas vayan fuera. Es muy convencional, no cree en las ideas
modernas de que las jóvenes tengan que estudiar y trabajar".
4) SUDÁFRICA
El
movimiento Una de Nueve da apoyo a las víctimas de violación. ZAHEER CASSIM
Por: Zaheer Cassim (Johanesburgo)
Era mayo de
2006 y el vicepresidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, acababa de ser absuelto de
un delito de violación. Miles de partidarios, tanto hombres como mujeres,
esperaban fuera del Tribunal Supremo de Johanesburgo para expresar su apoyo a
su futuro presidente.
En medio del
mar amarillo, verde y negro –los colores del Congreso Nacional Africano, el
partido gobernante–, un grupo de mujeres se había situado detrás de la
denunciante de Zuma, que había afrontado a diario los interrogatorios y las
amenazas de lo partidarios del mandatario. El proceso, unido a la sensación de
que el sistema jurídico sudafricano no era justo, fue el catalizador para que
surgiese la campaña Una
de Nueve, una organización que lucha en favor de las
supervivientes de violaciones.
Para
las mujeres negras pobres de clase trabajadora, la democracia no significa
mucho en Sudáfrica
Kwezilomso
Mbandazayo miembro de la campaña Una de Nueve. ZAHEER CASSIM
A lo largo de
los años, la organización ha reclamado al Gobierno cambios en la legislación,
se ha manifestado fuera de los tribunales para defender que las supervivientes
de violaciones suban al estrado a declarar, ha boicoteado marchas
antifeministas y ha dado a conocer las carencias y la falta de comprensión que
afectan a los asuntos relacionados con las mujeres y la violencia sexual en
Sudáfrica.
"Cuando
una mujer informa de una violación y nosotras la apoyamos directamente,
promovemos que se tome conciencia en torno al caso", afirma Kwezilomso
Mbandazayo, miembro de la campaña y anteriormente líder del programa.
"Introducimos diversos aspectos de la educación política para entender por
qué se produce la violencia y en qué clase de sociedad vivimos; celebramos
talleres, conversamos y proyectamos películas. Estamos muy en contacto con los
medios de comunicación en relación con el caso en concreto y con cualquier otra
cuestión que pueda surgir", abunda.
Mbandazayo dice
que la organización presta un servicio fundamental en un país que ha superado
muchas injusticias, pero que todavía sigue relegando el tema de la violencia
sexual contra las mujeres. "Nuestro papel en la sociedad sudafricana es
importante, sobre todo porque la retórica del país cuenta la historia de una
Sudáfrica con leyes fantásticas, que somos una nación que ha derrotado al apartheid y que ahora se enfrenta a unos cuantos
asuntos, pero que, en general, va bien", afirma la activista. "Sin
embargo, la verdad es que, en particular para las mujeres negras pobres de
clase trabajadora, la democracia no significa mucho".
De hecho, las
estadísticas de violaciones en Sudáfrica, país al que la Interpol ha puesto la
etiqueta de "capital mundial de la violación", son alarmantes. Según
las estadísticas de la policía hechas públicas para 2014 y 2015, cada día unas
147 mujeres denuncian agresiones sexuales en la "nación del arco
iris", pero se cree que la cifra real es mucho más alta, ya que la
violación es un delito que no se denuncia en todos los casos, puntualizaba
Mbandazayo.
"En 2005,
el consejo de investigación médica hizo un estudio que mostró que de cada nueve
mujeres violadas, solo una denuncia la violación. De ahí nuestro nombre, 'Una
de Nueve'", explica.
Organizaciones
como la campaña Una de Nueve han contribuido a cambiar el discurso que rodea a
la violencia sexual contra las mujeres y a los derechos de estas, afirman los
analistas.
"No habría
un debate público claro sobre estos temas, los periodistas no se estarían
haciendo eco como lo hacen", afirma Shireen Hassim, profesora de Ciencias
Políticas de la Universidad de Witwatersrand de Johanesburgo. "No creo que
quienes se dedican a las demandas de interés público (los abogados) le
prestasen tanta atención como le están prestando, así que, en mi opinión, han
generado algo de debate público y una cierta conciencia".
5) PAKISTÁN
Tabassum Adnan,
creadora del primer consejo femenino en una zona antaño bajo el dominio de los
talibanes. JABEEN
BHATTI
Por Naila Inayat (Valle del Swat)
Las verdes
montañas del valle del Swat, en Pakistán, están
gobernadas por la jirga. La institución, cuya palabra
es ley en el valle, desempeña funciones de consejo y tribunal local. Antes
estaba compuesta exclusivamente por hombres. Pero ya no.
Actualmente, 25
mujeres se sientan en el suelo de una pequeña habitación y debaten asuntos
relacionados con la custodia de los hijos, la violación, las palizas y los
robos, así como otros temas legales y jurídicos.
A la cabeza del
grupo está Tabassum Adnan, una habitante del valle que en 2013 dio un giro a
los roles de género al constituir la primera jirga femenina
de la región, la misma zona que había estado bajo el dominio absoluto de los
talibanes, y en la que en 2012 dispararon en la cabeza a la activista de 15
años Malala Yousafzai por empeñarse en que las niñas
tenían que ir al colegio.
Adnan cuenta
que tomó la decisión de crear una jirga femenina
después de haber visto cómo el sistema era incapaz de proteger a una mujer de
la zona. "Siempre he sido partidaria de la idea de la clemencia",
declara Adnan. "Una niña fue atacada con ácido. Cuando se presentó su caso
a la jirga formada por hombres, estos le prometieron
todo su apoyo, pero no ayudaron en absoluto". La chica suplicó que se
hiciese justicia. Al poco tiempo, murió.
JABEEN BHATTI
La Gran Jirga de Swat, compuesta por hombres, recibe
consultas sobre casos de violación y asesinato, mientras que el consejo formado
por las 25 mujeres se ocupa de la violencia de género, la herencia, la atención
sanitaria y otros temas sociales, incluidos los matrimonios infantiles. Estos
últimos son habituales en Pakistán como parte de la tradición wani, según la cual se da en matrimonio a una niña en
compensación por un delito cometido por un pariente varón. Las jirgasmasculinas se suelen poner de parte de los
hombres.
Los casos de
matrimonio infantil son especialmente importantes para Adnan, que, cuando tenía
14 años, fue obligada a casarse con un hombre veinte años mayor que ella. Adnan
pasó dos décadas en esa relación de maltrato, cayó en la drogadicción y perdió
un riñón antes de conseguir por fin el divorcio en contra de los deseos de su
familia y de las normas de esta sociedad conservadora. “Mi familia no me apoyó
en absoluto”, recuerda. “Pero yo me recuperé por mis propios medios y salí de
esa situación miserable”.
A pesar de que
la jirga de mujeres está ganando credibilidad en el
territorio antes controlado por los talibanes, sus adversarios conservadores
niegan que haya sitio para el consejo femenino. “En nuestra sociedad no existe
la idea de una jirgade mujeres”, asegura Mehboob
Ali, uno de los habitantes del Valle de Swat. “Es un falso consejo creado para
conseguir financiación extranjera. Las ONG que están presentes en Pakistán
siempre ponen en marcha esa clase de aventuras que luego la gente ni recuerda”.
Otros, como
Inam-ur-Rehman Kanju, ex presidente de la jirga masculina,
son más tolerantes y aseguran que tienen confianza en el consejo femenino.
“Rezamos por su éxito”, dice Kanju. “A veces las invitamos a nuestras reuniones
para que puedan aprender cómo se dirige una jirga. Tienen mucho
camino que recorrer, pero a nosotros su consejo no nos molesta”.
La jirga femenina ya está haciendo que cambie la
forma de pensar, como indica su aceptación por parte de Kanju. Adnan también ha
sido la primera mujer invitada a participar en la Gran Jirga de Swat. Además, actualmente es portavoz de
la primera asamblea de mujeres de Swat, que se constituyó en enero de 2016 y
que se ocupa de los derechos de las mujeres de la zona.
También ha
cosechado sus propios éxitos. En una ocasión, un hombre irrumpió en casa de una
mujer del valle, la atracó y le arrancó los dientes con un cuchillo. La jirga femenina lo llevó ante los tribunales,
cuenta Adnan. Con todo, piensa que el consejo tiene mucho trabajo por delante.
“Quiero que nos libremos de las costumbres machistas tradicionales que reducen
a las mujeres a los roles estereotípicos”, declara. “Quiero fomentar el
empoderamiento de las mujeres”.
6) MÉXICO
Por: Maria Gallucci (Ciudad de México)
Cuatro mujeres
ataviadas con llamativos trajes de vaquera salen al escenario en medio del
ritmo machacón y trepidante de la música de una banda mexicana. El cuarteto
empieza a bailar con una exageración cómica y canta una melodía nasal. La letra
contrasta con el alegre caos. Trata sobre el feminicidio, los asesinatos sin
aclarar de cientos de mujeres en el norte de México.
El objetivo de
la troupe, conocida como Las Reinas Chulas, es precisamente crear momentos discordantes e irreverentes como este. La
compañía mexicana de cabaret utiliza el humor, la sátira y la farsa para
inducir a la gente a hablar de los difíciles problemas a los que se enfrenta
México, desde el aumento de la violencia contra las mujeres hasta la corrupción
política, pasando por la pobreza, la desigualdad de género y los ocho años de
guerra contra el narcotráfico.
Nora Huerta, de Las
Reinas Chulas, interpreta a Tlazolteotl, la diosa mexicana de la basura, la
inmundicia y la lujuria. MATT
PETERS
Nora Huerta, una de las fundadoras del grupo, afirma que reírse de las cosas serias es
catártico. “Para mí, el cabaret es como una olla a presión con una válvula para
el vapor que evita que la olla explote. Nosotras somos esa válvula para la
sociedad”.
Las Reinas
Chulas, cuyo nombre en español es un término cariñoso para referirse a las
mujeres, formaron su grupo en Ciudad de México en 1999. Huerta y sus
compañeras Marisol Gasé, Ana Francis Mor y Cecilia Sotresson una de las pocas compañías de teatro independientes del país, y han
escrito, producido, dirigido y representado docenas de espectáculos, muchos de
ellos presentados en el bar-teatro El Vicio, en el barrio colonial de Coyoacán.
“Nos vestimos
como hombres, nos quitamos la ropa, cantamos, gritamos y decimos tacos. Nos
atrevemos a hacer muchas cosas y romper los paradigmas establecidos”, cuenta
Huerta. Las actrices no aspiran a utilizar solo el valor de la sorpresa.
Quieren suscitar reflexiones sobre temas delicados que la mayoría de la gente
prefiere ignorar, y al mismo tiempo mover al público a luchar por un México
mejor. “Ese es el objetivo de este espacio, crear una comunidad, decir las
cosas en voz alta y denunciarlas”, subraya Gasé. “Esta ha sido nuestra
principal tarea desde que creamos la compañía Las Reinas Chulas: ponernos de
parte de las causas que hay que sacar a la luz”.
Los detractores
del Gobierno de México sostienen que los líderes no están haciendo lo
suficiente para acabar con el número cada vez mayor de secuestros, violaciones
y asesinatos de mujeres por parte de las bandas de narcotraficantes, que
agreden a la población femenina como demostración territorial de fuerza. Ana Güezmes García, representante de ONU
Mujeres en México, ha calificado esta violencia de “pandemia”.
Lo derechos en
materia de salud reproductiva son otra de las grandes preocupaciones. En
algunos estados, el aborto es delito, y hay hospitales que han informado de la
discriminación de las mujeres indígenas embarazadas.
Con su trabajo,
Las Reinas Chulas se han convertido en unas destacadas activistas a favor de
los derechos humanos y de género. Por ejemplo, apoyaron una campaña nacional a
favor de la puesta en libertad de Yakiri Rubí Rubio.
Esta joven de 20 años pasó cuatro meses entre rejas tras matar en defensa
propia a un hombre que la estaba violando, y todavía se enfrenta a la acusación
de homicidio.
Sergio Aguayo
Quezada, profesor de El Colegio de México y defensor de los derechos humanos, considera que el cabaret puede
difundir y reforzar las tendencias progresistas en el público, particularmente
en las zonas del país en las que los activistas, los periodistas y los
políticos sufren acoso o son asesinados por expresarse. A diferencia de las
formas tradicionales de protesta, el humor negro ha sido “tolerado
históricamente por el poder”, lo cual ha permitido que grupos como Las Reinas
Chulas hagan públicas sus críticas mediante la representación.
Aguayo añade
que Las Reinas Chulas han sido fundamentales para resucitar el cabaret como
forma de activismo en México. “Para ellas, es una cruzada no solo actuar
delante de grandes públicos, sino también divulgar el evangelio de las
libertades”.
Para Sotres,
además, las actrices no corren los mismos riesgos que otras activistas de
México debido a su actitud cómica. “Nosotras somos las juglares, las bufonas,
las que durante miles de años se han sentado al lado del rey y se han burlado
de él, pero a través del humor”, explica. “Nuestra arma, y nuestro escudo, es
el humor”.
7) KENIA
Las
mujeres samburu que viven en Umoja deciden su propio destino. JANELLE DUMALAON
Por: Janelle Dumalaon y Tonny Onyulo
Cuando tenía 12
años, Rebecca Lolosoli estuvo a punto de morir debido a un accidente de nacimiento. Rebecca nació en la tribu
samburu de las vastas y abrasadas llanuras del norte de Kenia, y fue niña. Esta
tribu de pastores seminómadas practica la mutilación genital femenina.
“Sufrí la
circuncisión y estuve a punto de morir”, recuerda. “Pero tuve suerte porque dio
la casualidad de que estaba cerca de un hospital. Pasé un mes con suero y
transfusiones”, detalla. Para Lolosoli y las demás mujeres de su pueblo, la
ablación es un hecho de la vida imposible de evitar y una más de las muchas
duras lecciones que aprenden sobre lo que significaba ser una mujer samburu. Ya
a los siete años, las niñas son engalanadas con joyas, lo que indica que los
hombres pueden tener relaciones con ellas aunque no tengan intención de
casarse.
“Cuando era
pequeña, vi muchas cosas que les pasaban a las mujeres y a las chicas”, cuenta.
“Nos pueden matar en cualquier momento. Si tu marido te quiere matar, puede
hacerlo. No teníamos derecho a elegir a nuestros esposos. No teníamos derecho a
ser propietarias de nada. No teníamos derecho a vivir”, enumera. Ahora, cuatro
décadas más tarde, vive en una aldea rudimentaria y polvorienta llamada Umoja
Uaso, situada a cuatro horas en coche de la capital, Nairobi, en un desierto en
el que se acaba la carretera y cerca de un campo de entrenamiento conocido como
Archer’s Post, que antes utilizaban los soldados británicos.
Las mujeres de esta aldea se sustentan vendiendo artesanías que
fabrican ellas mismas. JANELLE DUMALAON
Un vallado
tambaleante de ramas espinosas rodea la aldea, compuesta más o menos por una
docena de pequeñas chozas de paja y adobe, sin apenas adornos ni protección
contra los elementos. Las mujeres se reúnen a diario en un lugar de encuentro
situado en el centro para ensartar cuentas multicolores, matar moscas y
arrullar a los bebés que sufren de cólicos.
No se ven
hombres por ningún sitio.
Umoja Uaso (en
suajili significa “unidad”) es un santuario exclusivamente femenino fundado
hace 25 años por Lolosoli y sus amigas para las mujeres que huyen del maltrato
y la violencia sexual. Actualmente, en el pueblo viven 48, pero la paz ha sido
difícil de ganar.
“Mi marido me
pegaba. Se quedó con todos los animales y se negaba a alimentar a los niños”,
cuenta Nalaram Lesarkapo, una de las primeras habitantes del poblado. “Me uní a
las mujeres fuertes que conocí aquí, y eso fue lo que me dio fuerza. Olvidé a
la persona que había sido antes”.
Lesarkapo huyó
de su pueblo junto con otras 14 mujeres que explican que los soldados
británicos las violaron. Después de las presuntas agresiones, fueron expulsadas
de sus casas o los maridos intentaron matarlas por deshonrar a sus familias,
así que ayudaron a fundar Umoja.
Ante la
ausencia de medios viables para ganarse la vida, las mujeres del poblado
empezaron a confeccionar y vender adornos de cuentas y artesanías hechas a mano
junto a la carretera. Los hombres, resentidos con su éxito, venían a menudo a
hostigarlas mientras estaban trabajando, las empujaban a la maleza y las
insultaban, relata Lolosoli.
Por eso, allí
los hombres no son bienvenidos. Hay algunos contratados para cuidar del ganado
y arreglar el vallado, así como para otras tareas que las mujeres
tradicionalmente no realizan. “No construimos la aldea como un pueblo para
mujeres sin hombres, solo que los varones nos pusieron ese nombre”, precisa
Lolosoli. “Para ellos es como una palabrota”.
Y, de hecho, la
oposición ha seguido siendo fuerte entre los hombres de los poblados vecinos.
“En nuestra cultura, cuando las mujeres se hacen cargo de las responsabilidades
de los varones como hacen ellas, se las margina”, explica Aleper Lomukunyu, que
vive en un pueblo a un kilómetro de Umoja. “Y cualquier mujer que se oponga a
nuestra cultura se convierte en una traidora a la comunidad”.
La hostilidad
que rodea a la aldea no es la única dificultad a la que se enfrentan Lolosoli y
sus amigas. Hace poco, la malaria acabó con la vida de tres de las vecinas de
Umoja; los bandidos y los ladrones de ganado hacen acto de presencia de vez en
cuando, como es habitual en el norte de Kenia, y también ha habido algunas que
se han marchado y han fundado un poblado aparte.
A pesar de
todo, Umoja se ha convertido en un centro de asesoramiento para las mujeres. A
lo largo de los años, Lolosoli y las demás habitantes de la aldea han preparado
a 28 grupos, les han asesorado sobre sus derechos y les han dado información
sobre la ablación y las posibilidades de escolarización de las niñas. Sin
embargo, esta parte de su misión se vuelto más difícil cuando la financiación
ha disminuido, cuenta Lolosoli, quien promete que seguirá luchando de todas
maneras. “Creo que esta aldea seguirá existiendo mucho tiempo porque las
mujeres necesitan un sitio al que ir cuando tienen problemas”, vaticina.
“La lucha por
los derechos de las mujeres es algo que llevo en el corazón”, zanja.